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– Introducción Psiquismo Lunar

    El Hechizo de la Luna

    La Luna representa un espacio cerrado y seguro donde nos sentimos completos y satisfechos, similar a la experiencia del útero materno. Esta sensación de seguridad nos permite desarrollarnos en una primera etapa de la vida. Sin embargo, llega un momento en que este mundo cerrado ya no nos permite crecer, y debemos enfrentarnos al mundo exterior, lo que puede generar miedo e inseguridad.

    El vínculo con la madre, simbolizado por la Luna en la astrología, es fundamental en la infancia y tiene un impacto duradero en nuestras relaciones emocionales y afectivas. Este vínculo afecta cómo nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos.

    El proceso de desidentificación con la Luna es crucial para el desarrollo personal. Significa alejarse de la seguridad y comodidad que ofrece y explorar nuevas experiencias y aspectos de uno mismo. Esto puede ser difícil y doloroso, pero es necesario para crecer y alcanzar la realización personal.

    Mecanismo Lunar

    Así como en la dimensión física entramos a la existencia a través de nuestra madre, en el plano simbólico-energético lo hacemos a través de la luna. 

    Es decir, nacemos asociados a una cualidad básica con ciertas características y patrones de conducta (por signo, casa, aspecto, etc.) que nos envuelven como si constituyera un caparazón de tortuga; necesitamos de él para sustentarnos el tiempo suficiente hasta que podamos hacerlo por nosotros mismos. 

    La Luna de nacimiento es nuestra energía madre, la energía más familiar para cada uno de nosotros, que se despliega automáticamente con su cualidad particular.

    Adquirimos nuestras cualidades emocionales y afectivas por identificación con el medio ambiente inmediato. Las pautas emocionales primeras, dependen de los padres y demás participantes de nuestra infancia. Creemos, por el contrario, que nuestras experiencias son independientes de la asociación de este mundo afectivo ya construido, cuando ellas mismas, los hechos que nos ocurren, vienen a moldear esta construcción afectiva ya instalada (karma). 

    Esto es, aquello que determina los primeros años de cualquier niño no es más que una trama acción-reacción ya instalada desde mucho tiempo atrás, inevitable. El niño va adaptándose a ella para sobrevivir. Para cuando empezamos a descubrirnos como seres individuales, cuando nos hacemos preguntas acerca de quiénes somos, cuando indagamos al destino y a la vida por nosotros mismos, esta trama o cascarón comienza a resquebrajarse. Este descubrimiento, de que soy un individuo, es el primer paso para alejarse del mundo hechizante de la luna. 

    De modo que el medio ambiente afectivo, ya construido en la infancia como una red, va a ser el que organice las experiencias en el afuera. Obra, y de ahí su hechizo, de un modo inconsciente, a través de hábitos o costumbres. Por eso encontrarnos con el Sol es una actitud filosófica: buscamos saber, ¿saber de qué? Saber de nosotros mismos. Y esto, sin dudas, viene con un desgarro. La naturaleza de cada ser humano es alejarse de lo conocido e infantil, para expandirse, para crecer, para incorporar el orden divino. Es decir, vamos a tener que alejarnos de este lugar cómodo y seguro, ya sea a través de una acto de exploración por la misma vida, de un accidente, o bien quedaremos pegados a la Luna a fuerza de ceder el encanto de la vida, de tomar todas nuestras energías de libertad  y dárselas a ella, luchar no por ser un individuo, sino por sostener un lugar infantil. 

    La astrología ofrece una herramienta para comprender y trabajar con estos procesos psíquicos. Examina los patrones energéticos que están presentes en nuestra vida y cómo influencian nuestra conciencia y comportamiento. Desidentificarse de ciertos patrones energéticos fijados en la conciencia es esencial para permitir un crecimiento y una integración más amplios de nuestras experiencias.