Visualicen nuevamente a la persona de Leo, sea hombre o mujer, va descendiendo por la colina con sus emblemas: los cuernos de toro, la piel de león y las alas de águila. Imaginen cómo camina con confianza, firme en su camino, alejándose de la aldea de origen. Siéntanse en su piel, sintiendo la convicción de seguir su propio rumbo, con la certeza de que el camino que toman los lleva a descubrirse a sí mismos.
A lo lejos, pueden ver una cadena de montañas. Mientras avanzan, van cruzando un vasto trigal dorado. Imaginen cómo las espigas rozan sus piernas, acariciándolas suavemente. Sientan el viento en su piel, el calor del sol, y vean cómo esas montañas se agrandan a medida que se acercan. Las montañas forman un arco, revelando que la aldea y la selva que cruzaron no eran más que una pequeña parte de un inmenso valle. Ustedes sienten una profunda necesidad de cruzar esas montañas, de descubrir qué hay más allá de su lugar de origen.
Cuando llegan al pie de la montaña, inician su ascenso con determinación. Quieren ir más lejos, anhelan explorar lo que se encuentra al otro lado. Sin embargo, pronto enfrentan desafíos: resbalan, caen, se golpean. Una y otra vez, intentan encontrar un camino, pero siempre vuelven a caer. Se enfrentan a una pared imposible de escalar, y por más que lo intenten, no logran avanzar. Sientan la frustración, el cansancio y la impotencia. Están agotados, magullados, sin fuerzas. En la última caída, ya no pueden levantarse.
En ese momento, lo único que pueden hacer es abrazarse a la tierra. Siéntanse abrazando la tierra con fuerza, sintiendo la conexión profunda con ella. Ese abrazo provoca un movimiento casi inconsciente dentro de ustedes: comienzan a ovillarse. De sus bocas surge un hilo blanco muy fino. Con este hilo, lentamente, comienzan a envolverse, creando un capullo alrededor de su cuerpo. Empiecen por los pies y sigan envolviéndose, pasando el hilo por sus piernas, torso y brazos. Finalmente, envuelven su cabeza, cerrando el capullo por completo.
Nosotros, desde afuera, observamos lo que queda de ustedes. Vemos el capullo que tiene una forma extraña. Se asemeja a una esfinge: con patas de león, cuarto trasero de toro, alas de águila y la cabeza de una mujer. Dentro de esa figura mitológica están ustedes, quietos, pero profundamente conscientes. Lo único que se mueve son sus ojos, que observan el mundo externo. Desde el interior de la esfinge, miran el trigal, la montaña, el cielo. Todo se mantiene en calma, pero algo está sucediendo en su interior.
Miren hacia el sol, y observen cómo un rayo de luz entra por sus ojos y viaja directo hacia su corazón, inundando su cuerpo entero con su calidez. Sientan cómo dentro de la esfinge, en lo más profundo de ustedes, algo está despertando. Aunque no puedan describirlo, hay una intensa actividad interna. Es un proceso misterioso, que no pueden comprender completamente, pero que sienten con gran claridad.
Quedan en esa quietud, observando desde dentro de la esfinge, esperando. Algo profundo está sucediendo en su interior. Esperen, observen y perciban este proceso en silencio.
Esta es la imagen para el signo de Virgo.