Visualicen nuevamente a la aldea. Siéntanse dentro de ella. Vean las casas y dense cuenta que pueden ver mucho mejor los contornos, porque está despuntando el sol. Es el alba. Vean a los miembros de la aldea dormidos, abrazados unos a otros. Vean que el fuego se ha convertido en brasa. Noten que hay alguien que no duerme, que mira hacia afuera, hacia la selva que comienza a mostrar sus contornos. Ese alguien quiere conocer qué hay allí, quiere experimentar lo que está más allá de la aldea, probarse a sí mismo, descubrir hasta dónde es capaz de llegar. Fíjense cómo se pone de pie. Imagínenlo una mujer o un hombre, según lo sientan. Vean cómo decide irse de la aldea, cómo quiere descubrirse más allá de lo que conoce.
Ustedes son esa persona. Sientan cómo cruzan el umbral de la aldea, internándose en la semi oscuridad de la selva. Perciban cómo las enormes hojas húmedas de rocío los rozan, cómo cruje el suelo bajo sus pasos, y cómo el canto de los pájaros estalla con cada rayo de sol que aparece. Escuchen el griterío de los monos, sientan el movimiento de animales grandes, los olores, el impacto de toda esa vida que los rodea. Sientan el impulso de ir más lejos que nadie, de descubrir de qué están hechos.
En este camino van a encontrar diferentes objetos. En un claro, ven dos grandes cuernos de toro, muy blancos, en el suelo. Agáchense, tóquenlos, sientan su forma. Con esos cuernos confeccionen un atuendo que se colocan en la cabeza. Sientan el poder del toro al llevarlos. Siguen avanzando. Encuentran la piel dorada de un león entre las ramas de un arbusto. Tóquenla, recórranla con sus manos, huelan su aroma salvaje. Colóquensela sobre los hombros y sientan la fuerza del león envolviéndolos. Continúan caminando y, un poco más adelante, ven muchas plumas de águila. Observen su belleza, su suavidad y flexibilidad. Con ellas, fabriquen unas alas que fijan a su espalda. Ahora, llevan consigo el poder del águila.
Con estos emblemas continúan su camino, llegando al borde de la selva, donde nunca antes nadie ha llegado. Allí encuentran un claro con una colina. Asciendan hasta la cima y descubran cuatro grandes piedras dispuestas en forma de cuadrado, toscamente pulidas. Cada una representa una figura: un león, un toro, un águila y un ángel. Pónganse en el centro de estas piedras y sientan que han llegado al lugar que buscaban. Han superado la prueba.
Sientan la alegría de haber vencido, de haberse descubierto. Sientan cómo su corazón late con fuerza, y sientan el deseo de danzar, de gritar. Griten si es necesario, expresen ese júbilo por el encuentro con ustedes mismos. Miren hacia el sol brillante en lo alto del cielo y griten: “Yo soy yo. Yo soy yo. Yo soy yo.” Proclamen su descubrimiento con convicción. Y al hacerlo, sientan cómo se calman, cómo el corazón se aquieta. Ya no necesitan bailar. Están en paz consigo mismos.
Ahora, miren hacia la selva y distingan el tenue hilo de humo que indica la ubicación de la aldea de la que provienen. Sientan lo que evoca ese humo, comprendiendo que su camino es hacia adelante, sin necesidad de regresar. Avancen con calma, sabiendo que se han encontrado a sí mismos.
Esta es la imagen para el signo de Leo.