Visualicen el mar. Un mar embravecido, potente, en un día totalmente nublado. Nubes muy densas y oscuras, bajas. Traten de escuchar el fragor de las enormes olas, cómo rompen entre sí y sobre la playa. Traten de oler el mar, de sentir su gusto salado. Todo es muy oscuro, pesado, denso. Hasta que, de pronto, las nubes se entreabren, un rayo de sol pasa entre ellas y golpea con su luz la superficie del océano. Traten de imaginar que ese rayo de sol toca el abismo del océano y despierta un torbellino que, desde las profundidades, empieza a ascender. Imaginen que algo está por aparecer desde la profundidad del abismo, traído por el rayo de sol. Y vean que, de pronto, irrumpe sobre el mar un gigantesco carnero de luz y de fuego. Puro fuego, pura luz, lanzada con enorme potencia sobre las olas, y que salta hacia la playa. Traten de ver su cuerpo en plena carrera sobre la playa, con la cabeza muy gacha, sin mirar, corre a toda velocidad sin mirar. Es de luz y de fuego, tiene un par de cuernos en espiral, muy grandes y potentes, y tiene algas envueltas en los cuernos y las pezuñas. Salta y cabecea para sacarse de encima esas algas.
Acérquense más al carnero, registren más su velocidad, su potencia, su fuerza. Vean cómo no mira, escuchen el golpear de los cascos sobre el suelo. Acérquense aún más, como para sentir el calor y la radiación. Y ahora, ustedes se van a convertir en ese carnero lanzado a toda velocidad. Ustedes son un carnero de luz y de fuego. Sientan la fuerza de su energía, la potencia, el anhelo de correr, de sentir su potencia. Ustedes no necesitan mirar, no quieren mirar. Ustedes son pura fuerza, solo pueden ver cómo la arena pasa a toda velocidad delante de sus ojos. Ni siquiera imaginan obstáculos, solo quieren sentir la potencia, sentir la fuerza, sentir el estruendo de sus cascos, sentirse. Ustedes solo quieren ser, ustedes solo son. Ustedes son energía pura, lanzada…
Esa es la imagen para el signo de «Aries».
