Con el rostro negro a calor de dos lumbres secretas,
te haré hervir agua verde cortada en mil pedazos,
hasta que de tu faz abierta surja la flor de oro.
Talla la piedra bruta, olvida el abecedario,
la tiranía del Zodíaco, los necios ritos fúnebres,
los muñecos raídos respetados por los magos,
las falsas lámparas que dicen vencer a la oscuridad:
busca en el vacío el amor que te empuja al otro,
deja caer las máscaras, hazte dueño de sus nombres,
revive la carga muerta que llevas en tu espalda.
Todo lo que es tierra navega hacia los cielos,
una y otra vez subes para caer en rocío,
tejes con las fibras de tu aura el cáliz de la hembra.
La voracidad del tiempo se atenúa,
eres mecido por una antigua luz;
de la rosa blanca y la rosa roja
se escapa la sublime sangre rosada.
Te invito a meditar sobre una piel de tigre.
Un sol entre las cejas, ojo nacido del aroma-germen;
como un muro que se desploma, saludarás a la vida,
convertirás cada segundo en talismán sagrado.
Como una piedra lenta te he sacado de la bruma,
te he dado mi demencia para que dejes de ser un muerto nómada,
para que en tu frente brille una luna llena y tu cráneo se abra en diez mil pétalos.
La meta final es ilusoria; todo se realiza en el alma,
el botín de guerra eres tú mismo.
Más allá del nacimiento y de la muerte,
más allá de la cadena de causas y efectos,
sombras furtivas atravesando los espejos, tú y yo juntos,
consuelo de los consuelos, seremos cuerpo del olvido.