¿Puede el milagro separarse de la fe que lo concibe?
¿Sin una meta o un horizonte, puede trazarse un camino?
¿Puede este cuerpo condenado a cenizas rechazar el consuelo de un alma inmortal?
¿Y si nuestro corazón fuera una desierta sala de espera, una noche sin luna inteligente,
podría acaso convivir el fuego con el agua, el agua con la tierra, la tierra con el aire, el aire con el fuego?
Mi acción es simple: unir al padre con la madre, al cielo con la tierra,
al aire con la piedra y al silencio con el canto.
Hablo de la totalidad de la materia,
de la totalidad de la ilusión,
de un amor que comunica con todas las esferas.
Bendigo al loco y bendigo al mundo, a la verdad y a su artificio,
al puñal y a la herida, al primer llanto y al último suspiro,
al animal que es alimento y al vientre que lo digiere.
Bendigo al sapo que espera un beso y al Mesías que no llega.
Que mi corazón de lobo sea cambiado por un corazón de madre.
Que lo oculto revele sus paisajes eternos.