Descendido por las tripas del espejo,
acarreando mis palabras hacia su centro mudo,
he cavado sepulcros de piedra donde sobrenadan los difuntos en sus lágrimas;
he asesinado a los dioses que acechan en la carne,
dado pasos sin huellas en los senderos que se esfuman,
hundido la cabeza en la matriz de la tierra,
cada vez más profundo, hasta perder las fronteras,
para que nada ajeno se mezcle a lo que soy.
Feto oscuro en las raíces del aire,
unido al esplendor del olvido perfecto, generado por el viento,
cuelgo de un árbol que es mi madre.
Arco infatigable de flechas cuyo blanco es invisible,
¿acaso alguien me comprende?
Las ideas nos amarran a otras pieles,
los sentimientos nos enlazan a otros días,
los deseos nos encadenan a guaridas y la ambición nos exige premios ruines.
Idealistas vagos, nos forjamos un reino suspendido en medio de la niebla.
Con los ojos hacia fuera permanecemos ciegos ante la belleza que nos llena.
Silencio, ¡que el tigre enloquecido se detenga, que las máscaras se consuman
y que el viento duerma!