Caballero de fuego, no me muevo de mi sitio,
hundo en el planeta mis garras de águila
y viajo con el tiempo sin salirme del instante.
Flecha que soy yo mismo,
pero que atraviesa mi propio corazón.
Para el despierto, el sufrimiento se convierte en bendición.
Ni los espejos, ni el pan que cae de los muertos,
ni la mujer que aborta fetos como proyectiles
logran aterrarme: pueden morir todos los soles,
en el hocico de la araña yo sigo relumbrando.
¡Triunfo de la unidad en el despedazamiento del Verbo,
triunfo de la eternidad en los dioses que en mi corazón se esfuman!
Quiero vivir tanto como vive el universo,
disolverme en el demonio sobre quien el Creador cabalga.
Basta ya de obedecer, no persigas una meta que te huye,
tratando de llenar un cosmos que no tiene fondo:
el reino que debes alcanzar está muy lejos de este mundo.
¡Atraviesa el lodo y la grasura, las conciencias miserables,
lleva fuera del templo la luz que has visto en el templo!