Una corona defensiva me aleja del mundo. Un tapón de antiguas palabras obstruye
mi mente, y nubes de sentimientos cristalizados, momificados, petrificados,
impiden que surja la luz de mis latidos. Un manto denso de deseos transforma
mis formidables ganas de vivir en carcelero. Carne sin esencia,
consumiéndose en las llamas de su propia existencia, mi Yo convertido en prisión.
Me aíslo, creyendo defender un territorio interior que sólo me pertenece a mí.
¿Qué soy yo en la oscuridad de esta Torre? ¿Amo de qué? ¿De qué parecer, de qué falsa identidad?
Observo, contemplo…
De repente, desde dentro y desde fuera surge una fuerza innominable,
el amor que sostiene la materia. El rayo que me derriba surge de mí mismo.
Mi cima se abre, mis cimientos también. Las energías del cielo y de la materia,
uniéndose, me atraviesan como un huracán.
Entrega tus construcciones, tus exigencias, entrégate.
Hay una gran construcción que nos hace, y ella no depende de ti.
Corazón que acumula sus latidos, tu armadura se parte,
tu imagen desaparece en el vacío, tu lengua conoce el sabor del silencio,
el cuerpo primordial retumba en la conciencia.
El amor se viste de coraje, la esperanza de certeza.
Esta torre estalla el concepto de ti mismo,
otorgando el resplandor de la esencia.
Puedes ver por fin el feto divino que se gesta en el interior de cada piedra.
Hay una gran construcción que nos hace, y ella no depende de ti.
Entrégate, suelta.