Agazapada en el centro de la esfera como una esfinge,
frente a mí debes interrogarte a ti mismo,
ver la muerte y la promesa de una vida eterna.
Cierre de una etapa, purificación de las entrañas,
un nuevo ciclo de vidas sucesivas,
delimitación de un universo blando,
espiral que conduce al ser a su casa.
En el enjambre de astros que giran alrededor de un grito,
un río de lava cae por las montañas que parecen sostener el cielo;
la suerte y la desgracia ruedan sumidas en el mismo dado.
En tanto que los cuerpos se hacen blancos y echan alas,
las palabras se condensan para llover como puñales.
Ruleta de casino sin número premiado,
ofrezco la clemencia donde el azar es verdugo.
Subiendo por el lomo de un animal que muerde su cola,
mientras bajo por raíces que son ramas, piel vacía entre catástrofe y germen;
de la materia al alma, del alma a la materia,
mi razón navega abrazada a la locura.
Aunque el mundo tenga la consistencia de los espejismos,
aunque ningún equilibrio resulte asegurado.
Si unes tus manos al fondo de la rueda, descubrirás
que no hay ningún dios más allá de ti mismo.
Deja de pensar que mis giros son un castigo.
Acepta los fracasos, reconsidera y utiliza lo adquirido,
déjate borrar por la niebla;
ahí donde no están tus sentidos ni tus ideas ni tus deseos, estás tú:
eres el parto continuo que no es tal;
la muerte y el nacimiento son cambios aparentes.