Visualizamos un árbol y el bosque con sus sonidos. Estamos conectados a él. Vamos subiendo por el árbol. Subimos el tronco, las ramas. Llegamos a lo más alto. Nos dejamos estremecer como las ramas ante un soplo de viento.
Somos una extensión sin forma, sin luz, sin oscuridad, con viento y aire desplazándose libremente, sin obstáculos, sin antes ni después. El espacio sin nada más que aire. Olas de viento que se desplazan libremente.
Ahora vemos un frasco de vidrio transparente, redondo. Capturamos con él un poco de aire y lo tapamos. Adentro de ese frasco tenemos una oleada de aire puro. Mirémoslo un rato. Comenzamos a notar que el aire choca contra sí mismo y lanza como pequeños rayos y relámpagos que se abren en abanico. Pensemos en esas ráfagas: no tienen luz ni sonido, pero vibran llenas de energía.
Llevamos una mano al interior del frasco y tomamos un rayo que justa nace en ese instante. Lo sacamos del frasco. Mirémoslo en nuestra mano, está como congelado, sólido. Me lo llevo a la boca. Abro bien grande la boca y saco la lengua. Toco, con el rayo, la lengua. Ahora sé algo, tengo un nuevo conocimiento: mi palabra tiene el poder del relámpago.
De pronto, aparezco en una calle repleta de gente y comercios. Observo que todos están ocupados en sus cosas cotidianas. Busco entre todas las personas una en especial. La individualizo. La registro. Me acerco y pienso en qué le diría, en decirle algo muy importante para mí. Se lo digo. La persona estalla haciéndose polvo. Pienso en la palabra y en sus poderes. Me acerco a una persona muy querida, le digo algo al oído, y la persona estalla haciéndose polvo.
Escucho, de pronto, un susurro. El susurro va haciéndose más fuerte. Llega de todos lados como un viento, como el aire mismo. Un susurro que siempre estuvo ahí, en el aire flotando, pero que sólo ahora descubro. Presto atención. Pienso en él. Entiendo que se trata de la gente, de cómo y cuánto habla la gente. Y veo en la calle y en los comercios lo poblado de gente y de palabras que está todo. Todos hablan y hablan al mismo tiempo.
Pienso en las cosas que para mí son importantes. Las registro. Pienso en el susurro interminable de la gente. Y pienso en que esas cosas importantes y ese ruido de la gente no coincide. Y pienso qué difícil es comunicarse y hablar. Y también, qué importante resulta.
Entonces observo la extensión del cielo en un día claro. Escucho el viento. Noto que allá, muy a lo lejos, hay un águila volando y pienso que sus ojos pueden ver más allá de las cosas y que su propio vuelo tiene una sabiduría muy profunda. Planea. Se desliza en el aire como si fuera parte de él. Se sostiene en lo alto, en la libertad primera y última. Vuela en círculo y sus alas son como el aire. Sus alas arrancan pequeños chispazos de sus plumas.
Ahora yo soy el águila, y miro desde sus ojos. Me dejo volar liviano, en círculo, disolviéndome en el aire. Armonía, equilibrio. Pienso que cada reflexión, la precisa palabra, un pensamiento, me pueden llevar a esa altura. Cada palabra es un instante en lo más alto, y luego se disuelve.
Allá todavía queda el comercio con su ruido de la gente. Todos hablan a la vez, nadie se entiende con nadie. Nadie escucha. Y observo que de cada palabra sale un hilo blanco, y ata a las personas. Veo que si una persona le habla a otra, suelta un hilo blanco y la enreda, la ata. Entonces, todo ese mundo empieza a convertirse en un ovillo de lana. Todos se enrñedan en sus propias palabras.
Bajan fuerte, dejándose caer, se paran en la calle y hablan. Vamos, hablen. Sientan cómo sus palabras los atan, cómo las alas quedan atadas, cómo ya no pueden volar, y circula información, mucha información, y eso los ata. El conocimiento se expande segundo a segundo, pero no les deja volar. Cada segundo ustedes saben más y más cosas, cada vez tienen más información, pero más cansados se sienten, más pesados y densos. Piensen que están allí, recibiendo más y más información y que no saben cómo regresar al vuelo.
Entonces se van a sacudir. Sacúdanse. Y van a notar que los hilos que los enreda, se rompen. Y van a ver que se acercan niños, varios niños a jugar con sus hilos. Ríen. Escuchen a esos niños reírse de esos hilos rotos. Escuchen las risas. Los niños juegan… Jueguen ustedes también, jueguen con ellos y ríanse como reiría un águila. Rían. Y mientras jueguen y rían, van a sentirse más livianos, cada vez más livianos, hasta que nuevamente pueden extender las alas. Abran las alas.
Siéntanse empujar por las risas como por un viento. Déjense elevar en el aire. Vuelen. Otra vez son livianos, otra vez pueden volar. Ahora son niños que juegan con alas de águila, y están en el aire libres, mirando todo desde un lugar elevado, sabiendo del poder de la palabra y la poderosa creación del pensamiento. Piensen en qué mundo inventarían, piensen en sus mundos, en qué mundo les gustaría crear. Déjense ser magos creadores por un rato.