“Contemplación. Se hicieron las abluciones, pero aún no las ofrendas. Llenos de confianza dirigen hacia él la mirada.”
El ritual del sacrificio en China comenzaba por una ablución y una libación que constituía una invocación a la divinidad. Después de ello se ofrecía el sacrificio. El intervalo de tiempo entre esos dos ritos era el más sagrado, el momento de supremo recogimiento interior. Cuando la piedad está inspirada por la fe, la contemplación sincera del espectáculo que se ofrece transforma a los testigos y les inspira respeto.
Así, hay en la naturaleza un sagrado y serio sentido en la regularidad con la cual todos los eventos naturales se suceden. La contemplación de este sentido divino de los acontecimientos del universo pone entre las manos de aquél que es llamado a actuar sobre los hombres el medio de ejercer los mismos efectos. Es necesario para ello un recogimiento interior semejante a aquél que produce la contemplación religiosa en los hombres dotados de una fe grande e intensa. Así, ellos ven las leyes divinas y misteriosas de la vida y las hacen manifestar en su propia personalidad gracias a la extrema intensidad de su recogimiento. Como consecuencia de esta visión, emana de ellos un poderoso poder espiritual que actúa sobre los hombres y los somete sin que tengan consciencia de la manera como ello se produce.